Miriam se mira en el espejo, con la mirada vacía y fija. Se acomoda su cabello para que no este desordenado, un clip en cada costado termina de acomodar a lo más rebelde que habita su cabeza. En su cuello una cadena dorada se empeña en ir donde no debe, Miriam la acomoda y se mira. Ese corazón partido siempre debe estar en el mismo lugar, todo debe permanecer igual le guste o no.
Su vida en el jardín de infantes donde trabaja es monótona y tediosa, pero sabe que no tiene demasiadas opciones. Su treinta años le pesan como para pegar un volantazo, pero de todas formas toma el diario para ver si existe alguna escapatoria a este tedio y entonces ve un aviso que pide cantantes.
Casi sin fe se dirige al lugar donde la convocatoria fue realizada y allí un grupo de mujeres voluptuosas y seguras de si mismas tratan de aplicar para el puesto. Y es entonces cuando ella realiza un gesto imperceptible, pero que cambia todo. Se desata y alborota el pelo, ese cabello renegrido que como ella pugnaba por liberarse y tener forma propia.
Este pequeño gesto en el film Gilda dirigido por Lorena Muñoz y protagonizado por Natalia Oreiro marca el inicio de una viaje de autodescubrimiento que sin lugar a dudas marcara a todos los espectadores. La cámara inquieta de la directora, con un marcado tono documentalista y la ductilidad de Oreiro hacen del film una de las propuestas más interesantes en muchísimos años. La mirada del film sobre el lugar de la mujer y el eterno conflicto entre el mandato social y la vocación personal es retratada sin artificio y sin la mirada romántica que solemos presenciar en el cine convencional.
Siempre que el personaje principal decide dar un volantazo en su vida, el pasado parece desaparecer para dar paso a lo nuevo. En cambio en Gilda el pasado de Miriam está en constante pugna con el deseo del nacimiento de la cantante popular y esto dota al relato de un conflicto real que necesita ser explorado.
Dentro de los muchos méritos que posee el film está la honestidad con que refleja a sus personajes y el amor que le profesa a cada uno de ellos. El primer marido de Miriam no es mostrado como un monstruo sin corazón que no la dejaba crecer, sino como un hombre superado por los cambios que su esposa atravesaba y que no pudo seguir el ritmo de esa metamorfósis. Y en esto también reside el gran acierto de la mirada del film: no hay juicios de valor sobre la moral de sus protagonistas, porque entiende que no existen respuestas unívocas a ciertos planteos existenciales.
La mirada amorosa de Muñoz sobre el universo femenino ayuda a entender a esta mujer que vivió los últimos años de su vida debatida entre el deber ser y la realización personal. Los cuadros musicales interpretados por Natalia Oreiro son de una belleza y fuerza tal como pocas veces se ha visto en la pantalla y permiten al espectador entender esa pulsión que los artistas sienten por estar en el escenario.
Porque el nacimiento de Gilda es justamente la entrega de Miriam a esa necesidad de trascender, de ser recordada y querida por el público y hasta incluso venerada como santa.
Gilda es un film de una belleza indiscutible, que también nos invita a reflexionar sobre el rol femenino en la sociedad y cómo algunas mujeres se animan a derribar estereotipos para dar lugar al nacimiento de nuevos paradigmas.
La magia de la música de Gilda sigue cautivando a generaciones que incluso nacieron luego de su muerte y es el combustible que le da a este film la fuerza de un río incontenible que arrasa con todo a su paso. Eso fue Gilda y eso es el film : una fuerza de la naturaleza incontenible y majestuosa.